Nací
en
Valladolid aunque me crié en Cogeces del
Monte, una comarca de páramo y cereal.
Soy el cuarto de seis hermanos. De niño
contemplaba en el obrador de mi padre cómo se extendía la masa,
se enredaba y
horneaba para convertirse en
rosquillas de palo, bollos de aceite y esponjosos hojaldres. El olor a pan
recién hecho y a tierra mojada,
el atardecer
en el páramo castellano,
el fuego y los caminos,
idearon los juegos de mi infancia.
Era aún niño cuando mi familia emigró del
campo para establecerse en el barrio de Las Delicias de Valladolid. Las
innovaciones que precisaba el naciente negocio
de confitería
familiar condujeron
mis primeros pasos
hacia la heladería.
Un viaje por
los emblemáticos lugares del arte
clásico italiano renovó los aires del negocio familiar pero también me
dispuso al hechizo del arte y de los oficios artísticos.
En los primeros años de juventud, una suerte
de amigos renovadores e impulsores de una nueva concepción de la
cerámica, tendencia
que era dominante en aquella época,
propició
mi desembocadura en la Escuela Municipal de Cerámica de Valladolid. En
esta etapa asenté los cimientos artísticos y también profesionales de mi
oficio como ceramista,
unos tiempos que conllevaron también
una implicación personal
con la defensa y la promoción de la
artesanía y los oficios artesanos
de Castilla y León.
De mi paso por la Escuela de Artes y Oficios
de Valladolid
queda el gusto por la forja y el
dibujo. Por capricho tomé contacto con la técnica de
grabado, gané incluso algún concurso de pintura… pero el tiempo y el
empeño me habilitaron para el
oficio de ceramista,
profesión
que ejerzo desde entonces con plena dedicación y entusiasmo.
Durante los últimos años mi actividad se ha
centrado especialmente en la reproducción de piezas
de
cerámica vaccea, cerámica perteneciente a un periodo cultural (s.IV a.C a
s.I d.C) en el que arranca la arquitectura,
el paisaje y
una buena parte de la tradición cultural de la
zona media del valle del Duero.
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